“… Esto sí que es amolar, -dije yo, pa' mis adentros-. Dentro en todos los baruyos, pero en las listas no dentro…”
José Hernández, Martín Fierro
Central Costanera
Las apasionantes aventuras de Shearlock Homes y el Dr. Kilowattson
Hace medio siglo se inauguró de apuro en la boca del Riachuelo la Central Costanera después de una década de inoperancia que sumió a Buenos Aires en cortes rotativos porque el primer sistema de 132 KV nacional, proveniente de San Nicolás, ya no daba Abasto para alimentar las requeteamortizadas, degradadas e insuficientes redes de distribución existentes (cualquier similitud con hechos no tan históricos no es simple coincidencia).
Un descendiente de Shearlock Homes fue designado desde Londres como inspector de zócalos, junto a Kilowattson, su ayudante, porque en la Central Costanera, las cinco unidades turbovapor de 120 MVA de British Thompson Houston, las calderas Babcock & Wilcox, los trafos Metropolitan Vickers, las cerámicas de los pisos y hasta los interruptores de efecto eran ingleses, todo antiguo incluyendo a la supervisión ultramarina (hay que considerar que en el mundo ya se estaban construyendo unidades diez veces mayores sobre un solo eje).
Acogidos a los beneficios de la jubilación, concientes de que aquellos 600 MVA totales no iban a alcanzar para nada, y advirtiendo que la mayoría de los municipios ya venía resignando su función de policía no solo en lo atinente a la electricidad, Homes y Kilowattson se impusieron la noble tarea de hacerle economizar al prójimo toda la energía eléctrica posible.
Sherlock Holmes
Los capítulos siguientes pretenden relatar las aventuras de estos próceres, quienes sustituyeron el herramental de sus antepasados (gorras de abrigo, botas de cuero, revólveres y esposas) por casco y calzado aislantes, pinza amperométrica y meggher, manteniendo sin embargo la linterna que orienta a la observación, la lupa que ayuda a la investigación y la pipa que induce a la reflexión.
Veamos cómo relataba sus apasionantes aventuras el investigador privado Shearlock Homes, quien modificó ligeramente su nombre y apellido para adecuarse a las circunstancias: (nota del traductor: shear por esquila, lock por bloqueo y homes por hogares, queriendo con ello señalar su objetivo de cercenar los picos de consumo, bloqueando las posibilidades de sobrecarga en todos los hogares de la patria).
Coco
1: El extraño caso del freezer que no cortaba jamás y el gato friolento.
Me presenté en el lujoso edificio que alojaba el estudio del Dr. Calegari -cuenta Holmes-. Ya en los molinetes empezaron los problemas: el guardia de vigilancia, sobrándome, fingió no entender el número de mi pasaporte, cuando yo ya aprendí por Riverito que sesenta y siete debe pronunciarse seis-siete para que el sordo de guardia no haga la estúpida pregunta “¿dijo setenta y siete?". No terminaron ahí mis problemas: más bien empezaron, porque ya en su gabinete, el Dr. Calegari después de advertirme que no le gustaba andar gastando plata en investigadores privados, arrancó marcha atrás explicándome que “seguramente a causa del medidor que marca de más” él estaba gastando 3.000 cuando todos sus vecinos de Las Lomas gastaban 1.500 (no sé si pesos o KWh, pero en ese momento y sin subvención, era lo mismo), mientras que yo, que sé muy bien que los medidores no mienten, pensaba lo difícil que es hablarl de unidades de energía, potencia y tiempo a los doctores, además de lo imposible que es modificar los preconceptos de los hombres.
Como para darle la razón, se corta la luz. ¡Para qué! “No ve, ¡cobran lo que quieren y a mí se me arruinan las computadoras!”. "Ponele UPS online, viejo amarrete", dije yo pa` mis adentros recordando al Martín Fierro, que no en vano ya me venía acriollando no sólo en materia literaria sino también en malicia.
Ya en su palacete de Las Lomas, el Dr. Calegari, después de descalificar mi teoría de que las dicroicas gastan mucho porque son incandescentes, me deja solo con la cocinera y la mucama hablando entre ellas en guaraní, mientras que el perrito con el que yo intentaba congraciarme debía permanecer afuera porque estaba descompuesto. "Y yo dónde me meto", me pregunté entonces; porque si bien podía justificar mi presencia afuera (el filtro automático de la pileta andaba sin cesar, aunque el viejo ya me había prevenido “que así estaba programado”) no era lo más confortable porque el animalito se había ocupado de ensuciar todo el exterior, por lo que resolví fingir una toma de cargas en el tablero seccional, cosa que todo el mundo sabe que es imposible porque no hay lugar donde meter la pinza amperométrica. Y yo justo voy a probar sobre un cablecito que me pareció medio tibio y ¡zaz! se desprende del contacto inferior de la térmica (sí, el electricista lo embocó en el hueco indebido) y era justo la línea de tomas que había silenciado a la aspiradora.
Fue mi mirada furibunda la que a su vez silenció el jocoso, aunque para mí ininteligible, diálogo de las chicas, quienes más que seguro estaban comentando mi pifia. Y ahí Dios me ayudó: el pesado silencio solo era interferido por el gatuno ronroneo del freezer. Entonces acepté un cafecito, y el freezer no paraba, reinstalé la máscara del tablero (la bisagra ya estaba rota, yo no fui), y el freezer no paraba, fui al baño, y el freezer no paraba. Entonces surgió a coro y en un castellano hermoso, nada porteño, la pregunta reveladora: “¿Por qué será que no para nunca?”. Listo, no era el burlete. Logré cobrarle a Calegari lo que ahorró en un bimestre, pero me descontó lo que le salió el cambio del termostato. Apenas si me alcanzó para pagarle sus viajes a Las Lomas a Kilowattson, que se encargó de tomar sucesivas lecturas del medidor. ¡Qué se le va a hacer!
Nota del traductor: el traductor confiesa que adrede omitió un párrafo que describe otra pérdida descubierta por Homes gracias a otro ronroneo ahora sí verdaderamente gatuno: resulta que Coco se instalaba en un lugar calentito del piso y no había losa radiante. ¿Qué pasó? La mejor respuesta será premiada con una suscripción a la revista. |